En esas que llego a la casa y dudando si habrá gente presto atención antes de golpear con los nudillos la puerta. Oigo un murmullo que se va acercando y haciendo que lo incomprensible de pronto se haga nítido; es la voz de una mujer, parece que está hablando con alguien, quizá por teléfono porque no hay una respuesta a sus interlocuciones pero sus palabras son cada vez más claras. Ella está contenta, intuyo que su vida es interesante, habla de su trabajo, de sus amigos, de sus viajes, de sus proyectos, de todo lo que tiene que hacer, de un buen presente y un futuro brillante con ganas de que llegue cuanto antes. Está exultante, se nota que es una mujer positiva, resuelta, inteligente; estoy seguro de que guapa o no, es atractiva. En realidad, mi mente está trabajando a toda máquina y ya la he puesto cara y me gusta. No la conozco pero sé que me gusta. Me gusta su mundo, pinta realmente bien, con grandes desafíos y proyectos fascinantes. Quiero saber quién es, saber qué perfume lleva, tomar una copa de vino juntos, conocerla a fondo, amarla.
Pero bajo la mano, mis nudillos no van a tocar la puerta, me voy a dar la vuelta. Acabo de entender que en esa casa no hay sitio para mí.