El entendimiento al que había llegado el grupo era tan fuerte que en ocasiones no necesitaban abrir la boca para decirse las cosas; bastaba con mirarse a los ojos o hacer un leve gesto para que todos tuvieran claro qué es lo que estaba ocurriendo, qué sentían, en qué pensaban. Pero dentro del grupo había dos que eran aún más cómplices; dos que tenían muy claro que lo darían todo por el otro sin dudarlo. Almas gemelas que existen en el mundo y que a veces tienen la fortuna de encontrarse, y es en ese preciso instante cuando saben que su vida ya no tendrá sentido si no están juntos.
La noche cayó muy rápido y el camino se endurecía, pero decidieron hacerlo. Un poderoso instinto les invitó a detener por un momento su agónica huida y, mirando a la preciosa luna creciente, gritaron a pleno pulmón para que el mundo supiera que allí estaban, libres y vivos. La jauría les seguía los pasos, acercándose, pero el grupo era sólido, fuerte, una roca con seis corazones que latían a la vez y nadie sería ya capaz de deshacer los poderosos vínculos que les unían. Ni aunque al fin les dieran caza.
- ¿No les oís? Esos seis ya no pueden estar lejos. Vamos chicos, hay que limpiar el valle de aullidos para siempre. Lobos de mierda...