Calculó que la cosa era cuestión de unos pocos días y se preparó con todo lo necesario para aguantar en la posición. Acumuló comida a su alrededor, preparó ropa de abrigo para las noches, se surtió del suficiente agua para regar tanto la maceta como su propio gaznate y no se olvidó de meter en una nevera de esas portátiles varias bolsas de hielos y una botella de champán: el brote debía culminar con un mererecido brindis.
Los días se sucedían y el paso del tiempo se hacía evidente en las barbas cada vez más luengas del hombre. Las ojeras ocupaban más y más superficie en su desgastado rostro, el ánimo flaqueaba y aunque el agua estaba empezando a escasear él decidió mantener la posición, firme, seguro del feliz acontecimiento. "Tiene que aparecer, tiene brotar".
Un extraño olor alertó a toda la comunidad. La llamada de un vecino puso a la policía sobre aviso. Nadie contestaba al timbre así que derribaron la puerta. El hombre ni siquiera volvió la cabeza; su única reacción fue poner el dedo índice en los labios mientras miraba fijamente a un tiesto que solo contenía tierra.
Bonita historia y de moraleja interesante, para mi es que a veces nos preocupamos por un montón de cosas, que son necesarias muchas, pero nos olvidamos de lo más importante para crecer. Un abrazo
ResponderEliminarMe alegro de que la historia te haya gustado y sobre todo te haya hecho reflexionar. Muchas gracias por seguirme.
ResponderEliminarUn abrazo.