El padre mira al hijo y sin mediar palabra pero con una mirada cómplice emprenden el camino mañanero en dirección al futuro: él a su trabajo y él a su clase. No necesitan hablar, simplemente el tacto y la vista son los sentidos que dirigen el sentido de sus destinos. Hijo agarra la mano de padre; padre cierra los ojos y es feliz. Son dos, pero uno.
Un tendero sube con esfuerzo la persiana metálica de su pequeño local. Lo hace lenta, parsimoniosamente, como si no quisiera que llegara nunca al techo; como si quisiera que nunca se acabara el día que ha decidido que no puede más, que ya está bien, que lo deja y se va. Se siente como un deshauciado porque ese local ha sido su verdadera casa los últimos años y ahora tiene que abandonarla. El hombre nota que cuando baje por última vez la persiana al caer la noche, dejará de ser quien ha sido hasta ahora. Pero sonríe porque aunque aquí ya no será más, allá será otros yoes.
Gris pero color. Muerte pero vida. Final pero principio. Exacta confusión, matiz genérico, borrosamente claro, un poco de mucho, todo de casi nada. Ni invierno ni verano.
Me a gustado mucho este post. Aunque el Otoño es una época que me gusta, debo de reconocer que es un tiempo complicado, frío invernal sin ser invierno, los colores ocres y rojos, la caida de las hojas, es como el anuncio del final de algo, simplemente, el anuncio del final del año o de algo más, melancolía en estado puro. Un abrazo Papá Pop.
ResponderEliminarEl otoño es un oxímoron. Muchas gracias por "releer". Te mando un fuerte abrazo.
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