lunes, 30 de enero de 2012

La buena ventura

Hace ya demasiadas jornadas que la calma es total. Las velas completamente desplegadas no recogen una sola brizna de un viento que no existe y que parece que se fue tiempo atrás para no volver, abandonándonos a nuestra propia suerte. El mar es una llanura infinita o ¿es que más allá de ese horizonte al que nunca llegamos no hay nada? Sin viento no hay respuesta. Cada día que pasa la gente está más nerviosa y los murmullos a escondidas y dispersos de la semana anterior han dado paso a voces descaradamente amenazadoras. La inquietud ha hecho presa de la marinería, los más fieles se alejan prudentemente de mi lado y temo que esta situación se haga inaguantable si no cambian las condiciones meteorológicas en las próximas horas. Tanta calma nos va a volver a todos locos así que intento que la tripulación se mantenga ocupada todo el día a base de disciplina, ordenando contínuos simulacros de ataques de navíos enemigos, aumentando las tareas de limpieza e incluso realizando entrenamientos y juegos físicos en cubierta. He dado orden a mi segundo para que se doblen las raciones de comida y aguardiente aún a riesgo de quedarnos sin nada antes de lo previsto, pero al menos es lo único que los aplaca durante un rato. Quiero ganar tiempo, pero el tiempo transcurre muy lentamente cuando no sopla el viento. Creo que no me queda mucho si esto no cambia porque ya nadie está de mi lado.


Amanece otro día despejado y sin viento. Están golpeando la puerta de mi camarote con ansiedad. Abro la tapa de mi reloj de bosillo y veo tu cara perfecta sonriéndome igual que cuando me despediste en Veracruz hace dos meses. Siento que es mi último día como capitán de la "Buenaventura".

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