miércoles, 4 de enero de 2012

Una historia cualquiera

K volvió a mirar nerviosamente el Tag Heuer que llevaba en su muñeca y aunque comprobó que el segundero avanzaba, a él le parecía que el tiempo se había detenido. Gotas de sudor cruzaban de norte a sur su amplia frente pero la mayoría no lograba atravesar la barrera que suponían sus frondosas cejas y solo las más persistentes conseguían rebasarlas. Entonces K se dio cuenta de que chorreaba y en un acto de fugaz sincronía, soltó el volante y se quitó con una mano sus Ray-Ban mientras con el reverso de la otra se secaba de una pasada todo el sudor. Nuevamente instaló las gafas de sol delante de unos ojos que buscaban con ansiedad el cambio de color en los discos del semáforo. Verde, por fin. K pisó el acelerador y esa fue la orden para que 250 caballos se pusieran de acuerdo en mover el precioso Mustang azul. Con la mano derecha sujetó dos docenas de rosas amarillas que ocupaban el asiento del copiloto evitando que se aplastaran contra el respaldo. Hacía tres meses desde la última vez que estuvo con T y quería llegar a su casa antes de que ella se despertara. T era una chica realmente atractiva, de esas que no podían estar tres meses sola; ni siquiera tres días. Pero K pensaba que él era distinto.


K ni siquiera bajó del coche: otro Mustang aparcado a la puerta de su casa le hizo ver que sus días con T ya eran historia.

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