viernes, 27 de enero de 2012

Vengo de allá

Hay días en los que siento envidia de aquellos que viven sin necesidad de ser amados. Son esos que se conforman y de hecho no quieren más que lo instintivo, el exclusivo alivio físico evitando llegar a la más grande pasión humana, la que convierte meras escaramuzas de cama en verdaderas historias vitales que en algunas ocasiones pueden trascender el tiempo y el espacio convirtiéndose en leyendas. Tengo melancolía -que es la nostalgia de lo no vivido- de las épocas animales en las que lo único que importa es la satisfacción inmediata sin efectos secundarios, sin recuerdos ni lágrimas ni rencores. Echo de menos actos de toma y daca, llenos de sensaciones y a la vez libres de sentimientos, amores fugaces y anónimos con fecha de caducidad instantánea, hoy todo para ti mañana para otra. Ese mundo que ahora ya no existe para mí, que es tan raro y donde la única moneda de pago es el puro orgasmo, desnudo, sin concesiones, sin peajes, sin más. Casi nada.


Que no se me olvide que vengo de allí.

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